Si hubiera que resumir el año pasado en materia de derechos digitales y sociedad civil, podríamos enfocarnos en el comienzo y el final de 2019.

Por un lado, en marzo tuvo lugar el movimiento #MeTooMx en México, el cual buscaba amplificar la voz de las mujeres que habían sido víctimas de acoso y abuso sexual. Por otro lado, entre octubre y diciembre ocurrieron decenas de protestas sociales en toda la región. Países como Colombia, Chile, Ecuador y Bolivia fueron el escenario de un movimiento ciudadano diverso y descentralizado cuya naturaleza e impacto aún intentamos entender.

Ambos sucesos ilustran un punto fundamental en la relación entre los derechos digitales y la ciudadanía: los espacios digitales y físicos están cada vez más conectados. En esa medida, las tensiones políticas y sociales, la relación con el Estado y el uso de la tecnología, son elementos que a la vez influyen y marcan la agenda de trabajo de la sociedad civil en esta materia. Nunca fue tan importante entender el entorno digital para interpretar la calle; pero nunca fue tan importante entender la calle para interpretar el entorno digital.

El #MeTooMx no solo demostró el poder y el impacto concreto de la articulación ciudadana en línea. También puso de manifiesto los crecientes riesgos de los ataques digitales, el acoso que enfrentan las mujeres en las redes sociales y que las plataformas intentan resolver, y la importancia de garantizar el anonimato.

Las protestas sociales de fin de año reiteraron esos mismos elementos con un punto adicional: la pregunta por la respuesta del Estado, ya sea a través de la fuerza coercitiva o del aparato judicial. Como manifestaron varias organizaciones en una declaración pública el 20 de diciembre pasado, existe una preocupación por “la tendencia mundial de perseguir a las personas que defienden los derechos humanos utilizando medios y plataformas digitales, incluidas quienes realizan investigaciones y proveen entrenamientos de seguridad para proteger y promover estos derechos”.

Lamentablemente, en Latinoamérica la vigilancia estatal se volvió la contracara de la protesta social. En medio de una crisis de legitimidad y debilidad institucional, muchos gobiernos han optado por espiar a sus propios ciudadanos. Para hacerlo, despliegan de manera irregular y poco transparente arquitecturas de vigilancia y control: reconocimiento facial, bases de datos y registros. En ese propósito, confluyen intereses comerciales y políticos.

En ese contexto, las organizaciones de derechos digitales desarrollan una agenda diversa. El hilo conductor es el empoderamiento del ciudadano y su relación con el Estado y el sector privado: la neutralidad de la red, la moderación de contenidos; el seguimiento de las nacientes políticas públicas de inteligencia artificial (con proyectos en marcha en países como Argentina, Paraguay y Brasil); la promesa riesgosa del voto electrónico, y las propuestas de mayores regulaciones y controles técnicos en materia de derecho de autor.

Como si fuera poco, las democracias a lo largo y ancho del mundo intentan entender y resolver el problema de la desinformación y la manipulación en línea. Si bien se trata de un campo de acción inabarcable para un solo actor, el sector de derechos digitales aporta desde su rol y experticia, poniendo de presente los riesgos de las soluciones técnicas y defendiendo la vigencia del derecho a la libertad de expresión –en momentos en que algunos sectores lo ponen en duda–.

Decir que existe una agenda definida para 2020 podría resultar ingenuo. Sin duda, el pulso del movimiento social influirá en el trabajo de las organizaciones. Para seguir apoyando a las organizaciones de la sociedad civil a responder a estos crecientes desafíos, Indela lanzará su segunda convocatoria en el mes de marzo. Buscamos encontrar un balance entre las prioridades de las organizaciones y las demandas de la ciudadanía; equilibrando la investigación y con el activismo y, sobre todo, forjando alianzas en toda la sociedad civil. Hablar de derechos digitales hoy en día, más que nunca, es hablar de derechos humanos. Esta, es la apuesta de Indela.

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